Voy camino al trabajo, en el metro, medio dormido, mirando el feed de Google, y las noticias son:
―“Se le preguntó a la Inteligencia Artificial y respondió…”
―“La Inteligencia Artificial hizo un cuadro y no lo podrías creer…”
―“Se le preguntó a la IA sobre cuál era el lugar más lindo del mundo y te sorprenderás de lo que respondió…”
Me he inventado todos estos seudo títulos… que si los hubiera inventado la IA quizás serían mejores o no… ¿¡o no!? Como dice el agente Smith en la película Matrix: “Never send a human to do a machine’s job” —”Nunca envíes a un ser humano a hacer un trabajo de máquinas”.
Dejándose de bromas, al leer todas estas “noticias”, me parece que se piensa que las posibilidades de las máquinas son muy superiores a las nuestras, que hemos finalmente logrado crear algo que nos supera en eso que se ha considerado como lo propio nuestro, la inteligencia.
Tanto fanáticos como detractores parecen asumir que la inteligencia artificial es cualitativamente lo mismo que la inteligencia humana o que está muy cerca incluso de superarla, como si lo único que nos diferenciara de Chat GPT es la cantidad de información que la máquina es capaz de acumular, procesar y combinar. Pero ¿es realmente así?
¿Cuánto de nuestra inteligencia se juega no en lo que sabemos, en los datos que almacenamos y en la manera en que los procesamos, sino en otras cosas? Desarrollo la idea: no decimos que alguien es inteligente porque nos dice lo evidente que está frente a nosotros, si alguien viene a mi escritorio y me dice que mi computador tiene un teclado y el teclado letras, no me parece inteligente, es evidente… Dijo información verdadera, pero la inteligencia parece que es más que eso. —¿Y si fuera algo no evidente? Tampoco: haber sabido que algo está en un cajón de mi escritorio y decirlo no lo hace más inteligente que yo, aunque yo lo haya ignorado.
La inteligencia humana y su ingenio son creativos, no sólo distinguen patrones y establecen relaciones, sino que también pueden ir más allá de eso, creando patrones incluso inexistentes y relaciones impensables, ¡impensables por nadie más! Y eso resulta en que la persona reconoce como algo propio, emanado de su mismo yo, y no del mero procesamiento (aunque sea un procesamiento complejo) de lo que está ahí (aunque la cantidad disponible de lo dado ―los datos― sea mucho más grande en la máquina que en el cerebro humano).
Entonces… ¿La IA es lo mismo que la nuestra pero con mayor capacidad? Por supuesto que por analogía podemos decir que la máquina está programada (por una inteligencia humana) para procesar datos de modo que parece creativa, también está programada para “aprender” pero un aprendizaje que no es el nuestro, junta información y busca parámetros, pero por ejemplo, no olvida.
Es verdad que la máquina tiene una cierta capacidad de dar una solución creativa, que va más allá de lo evidente o de la constatación de lo dado. Pero no es capaz de conocerse a sí misma, menos de volver sobre sí misma en una introspección, mucho menos de autoposeerse. La inteligencia humana y su ingenio son creativos, no sólo distinguen patrones y establecen relaciones, sino que también pueden ir más allá de eso, creando patrones incluso inexistentes y relaciones impensables, ¡impensables por nadie más! Y eso resulta en que la persona reconoce como algo propio, emanado de su mismo yo, y no del mero procesamiento (aunque sea un procesamiento complejo) de lo que está ahí (aunque la cantidad disponible de lo dado ―los datos― sea mucho más grande en la máquina que en el cerebro humano). Pero lo artificial carece de esa singularidad y originalidad del ser personal. Si llamamos inteligencia a la “inteligencia” artificial, estamos reduciendo la inteligencia a algo muy simplón: acumular y procesar datos como una calculadora. ―“¿Y eso qué tiene de malo?” Nada, pero es importante tener en cuenta que una máquina no es lo mismo que una persona. La IA no es inteligencia porque no tiene la dimensión vivencial de lo que sabemos.
Un ejemplo: un momento de nuestra vida puede tener un fondo casi infinito, en lo que ocurre con lo que vivo y siento; la vivencia y su recuerdo es siempre exponencial e infinitamente superior que la fotografía que puedo sacar en ese momento. Es decir el dato que almacena la máquina, es una nada en el todo. Una nada significativa, sí, pero lo es porque nosotros la cargamos de significado. Las personas tomamos las experiencias sensoriales, las procesamos, asimilamos y las ponemos en nosotros, las incorporamos al yo. Cuando recordamos volvemos sobre eso, sobre el yo. Es personal. Desde ese yo es que creamos, escribimos, nos comunicamos, somos. Las experiencias que vivimos son poseídas por nosotros intencionalmente en ese yo ―cosa que nunca podría hacer una máquina― mientras que el aparato procesa la fotografía mediante códigos para significar tonos y colores, ceros y unos…
Entonces pasan unos años y volvemos a ver la fotografía porque google nos la muestra, se nos había olvidado quizás el detalle del momento pero como somos más que máquinas que almacenan datos, al ver la foto volvemos a vivir el momento, retomamos sensaciones, de la vivencia propia y personal de eso que vemos, el dato es sólo un gatillante. Eso que somos determina nuestra vocación como seres inteligentes, que es una vocación a abrazar la verdad, el bien y la belleza, un encuentro con la sabiduría.
Nosotros tenemos una vocación a la sabiduría, que nace del encuentro profundo con lo real, una conjunción del bien, la verdad y la belleza, que reconocemos en un vivir sabiamente. Madre de virtudes, el saber nos permite actuar bien y captar lo esencial, incluso sin retener mucha información ni ser personas “ingeniosas” o ágiles. Una persona puede, por la simple connaturalidad con lo bueno y lo verdadero, captar lo esencial y vivir con rectitud, careciendo de títulos, de una memoria fotográfica o incluso de ingenio.
Lo que preocupa del desarrollo de la IA, no es que nos reemplace como humanos, sino que se maneja un concepto de inteligencia instrumental. La IA puede resolver ciertas cosas mejor que nosotros pero porque la hicimos para eso, pero nunca será un alguien, un nosotros.
Nosotros tenemos una vocación a la sabiduría, que nace del encuentro profundo con lo real, una conjunción del bien, la verdad y la belleza, que reconocemos en un vivir sabiamente. Madre de virtudes, el saber nos permite actuar bien y captar lo esencial, incluso sin retener mucha información ni ser personas “ingeniosas” o ágiles. Una persona puede, por la simple connaturalidad con lo bueno y lo verdadero, captar lo esencial y vivir con rectitud, careciendo de títulos, de una memoria fotográfica o incluso de ingenio. Esto lo podemos reconocer en la sabiduría profunda de la vida de campo; por dar un ejemplo: alguien que aislado incluso de los saberes modernos sabe llevar una buena vida es capaz de dar las lecciones más necesarias a los “inteligentes” y “astutos” del mundo. Saber cuándo callar, cuándo escuchar, cuándo hablar; saber disfrutar, observar y olvidar incluso. La sabiduría está enraizada en la perfección de la vida humana, adquirida por el tiempo y la vida misma, a veces muy tarde, otras prodigiosamente antes. La sabiduría nos enseña del buen vivir, un buen vivir que es capaz de equilibrar el ruido del mercado, con el ocio, el silencio, el sano amor propio y el amor que se abre a Dios y a los demás.
Hablamos de “inteligencia” artificial: mira lo que hace, mira lo que me muestra, mira esto y eso… pero perdemos de vista que no es más que una calculadora… hace lo que se le pide que haga, es una herramienta y no es verdadera inteligencia, ni mucho menos la sabiduría. ¡Es sabiduría y no inteligencia la que ha buscado el hombre por siglos!, ¿Y cómo podemos emprender el sendero a la sabiduría? Como decía John Senior en los años 70, volviendo a la realidad ordinaria de la que se alimentan los principios (Senior, J. “La restauración de la cultura cristiana”). La vocación de la persona es mucho más alta que la que nos propone la racionalidad técnica del mundo moderno ―ni hablar de la irracionalidad del mundo postmoderno―, pues consiste en la apertura a la verdad, el bien y la belleza, y más aún, a la comunión con el ser más perfecto en el que esos trascendentales se dan en plenitud. Chat GPT es fruto de la inteligencia humana, y bien puede ser una herramienta –y como tal, puede usarse para el bien–, pero no debemos olvidar que ni siquiera se acerca al llamado del hombre a gustar ―sapere― del licor de la verdadera Sabiduría. En palabras de Benedicto XVI:
El saber nunca es sólo obra de la inteligencia. Ciertamente, puede reducirse a cálculo y experimentación, pero si quiere ser sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de su fin último, ha de ser «sazonado» con la «sal» de la caridad. Sin el saber, el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 30).
https://revistasuroeste.cl/2023/05/16/inteligencia-artificial-y-nosotros/